CON GUSTO LES COMPARTO UNOS HILOS DEL CUENTO:
KALCETINAZO SIR RESORTE, era un calcetín otoñal, la edad
lo había hecho mermar su apuesta apariencia. Su copetudo resorte se encontraba
ya alicaído, su firmeza y su color negro azabache se fueron desgastando poco a poco al cabo de
tanto tiempo de estar queriendo mantener su apariencia limpia y presentable, su
piel delicada de seda lo hacía no tolerar la mugre y menos los malos olores, siempre
fue exagerado en su cuidado personal,
se metía diario al club de la lavadora para hacer su ejercicio favorito
de giro centrifugado, acompañado con un baño con agua y jabón espumoso,
era excesivo en sus cuidados y algunos
lo consideraban un calcetín metro sexual, pero otros lo tachaban como un “tela
suave”, lo que si es cierto es que perdió a su pareja, no le aguantó el trote,
eso decía él, siempre supuso que su pareja se fue de su lado por sí misma, pues
un buen día que entraron al club juntos ya nunca más la vio al salir. La buscó
de regreso en su cajón hogar, antes había pasado a buscarla en “el Cesto” lugar
de paso, donde se reunían antes de
meterse al club; la buscó en los estantes cercanos, donde luego solía ir ella a
ver cosas y rozarse con otras prendas, pero se cansó de buscar y concluyó que
ella se había marchado por voluntad propia. Según él dedujo, su calchetina se
había cansado de su ritmo de vida, dedicado mayormente a su excedida limpieza,
pues ella no era muy hacendosa y descuidaba mucho el aseo y su apariencia
personal. Así lo manifestaba los primeros días, en las juntas de la asociación
de calcetines solitarios, donde se inscribió al otro día de perdería, pues no
soportó estar solo dentro de las cuatro paredes en su cajón hogar. Esta
asociación era un centro de rehabilitación psicológica, atendido por
especialistas, quienes implementaban sesiones en las que reunían a los
pacientes en un salón, donde tenían unas sillas colocadas formando un amplio
circulo, y así sentarlos frente a frente para que expusieran sus vivencias,
sus afecciones, explayándose sin inhibiciones ante todos los ahí reunidos, era
una especie de mesa redonda, en donde se aplicaba la terapia colectiva del
desahogo.
El Dr. Calceta Parada, especialista en
problemas matrimoniales y disfunción de parejas, encargado de llevar el
control de las sesiones en esta asociación, y de aconsejar a los participantes,
para en su caso canalizarlos al especialista más recomendable, había cedido la
palabra a Kalcetinazo y no encontraba manera de callarlo, lo que era una
exposición en mesa redonda para exteriorizar y sacar todo lo que les aflige a
cada uno, se había convertido ya en un monólogo reiterativo de más de una hora
por parte de Kalcetinazo, quien despotricaba todo lo que le había hecho sufrir
su mala calchetina, su pareja a la que le había dado todo lo que ella había
querido en la vida; se jactaba de ello una y otra vez, pero el Dr. Calceta
captó perfectamente, que no era aflicción o tristeza lo que sentía Kalcetinazo,
después de escucharlo repetir hasta hartarlo
la historia de su vida en pareja, con
la mala, pérfida y desagradecida de su calchetina, con quién vivió tres años, tres delicadísimos años de total
entrega, tres insufribles años para ella, concediéndole todos sus caprichos,
dándole vida de reina –¡A la desgraciada!– (Enfurecía y alzaba el tono de voz
al pronunciar esto) y compartiéndolo todo juntos, como los baños a los que iban seguido en el
club de la lavadora, los rocíos sensuales de talco, las grandes y sudorosas
caminatas, y los extasiados momentos colgados al sol y al fresco que tanto
disfrutaron meciéndose, para después de estás largas jornadas, acabar
desparramados en el cesto o enlazados amándose en su cajón hogar, etc…etc. y
así más y más, quejas, reclamos, jactancias, críticas, insultos y demás para su
calchetina, para finalmente terminar siempre esbozando un llanto forzado y
fingido al acabar su perorata.
—Si le dio una vida tan complaciente y
plácida ¿Por qué cree usted que se haya ido? Es decir por qué no pensar que fue, por darle un
ejemplo, secuestrada, o que se haya simplemente perdido Kalcetinazo. –Le cuestionó el Dr. Calceta logrando
por fin interrumpirlo–. Debe usted considerar está posibilidad ¿Dio parte a la
policina? ¿La reportó como extraviada? ¿Sabe que hay muchos casos de
calchetinas extraviadas en esa zona de confort al año? ¿Sabe cuántos calcetines
y calchetinas han venido aquí a este centro a externar el abandono de su
pareja, y cuántos a final de cuentas constataron
que no fue abandono? Muchos de estos casos fueron extravíos, los fuertes
vientos las alejaron y tardaron en aparecer se encontraban perdidas; en otros
fueron víctimas de secuestro, la policína las encontró encerradas en cajones
aislados de resguardo o seguridad, y sí, los menos casos fueron de abandono, en
los que se demostró que se habían enredado con algún tercero por la mala vida
que llevaban, pero son los menos
Kalcetinazo, además que usted se ha cansado de externarnos que la
trataba maravillosamente, ¿Entonces? ¿Por qué abandonarlo? ¿Por qué no se da la
oportunidad de considerar las otras posibilidades?
—No doctor, ¡perdóneme!, perdóneme le interrumpa ¡hip! –perdón, este “inche” hipo
ya me tiene aflojado los hilos– continúo, le decía yo y perdóneme si le ofendo,
pero usted está equivocado, muchas calchetinas, aunque lindas y chulas de
bonitas, son unas ingratas, pérfidas y desagradecidas, les da uno la mejor vida
y son una jijas de su deshilachada vida, nos pagan con traición, ¡Ja! Qué si
tengo experiencia en ello, esto me ha sucedido a mí, a este suavecito y dulce
calcetín, en mis dos primeros matri-monios
y ahora mi tercera esposa también ha desaparecido, aunque ella debo de decirlo,
de una manera misteriosa, por lo que no puedo mal juzgarla…aún. ¡Hip, hip!,
perdón. —Interrumpió al doctor, don Tobillero, otro asiduo personaje a estas
sesiones, un calcetín de nailon muy descompuesto, su apariencia era muy
deplorable, con un cuerpo arrugado y aguado, siempre andaba encogido hasta los
tobillos de tanto alcohol que bebía, irónicamente era de color vino.
—Perdóneme usted don Tobillero. –El
doctor rápida-mente frenó su intervención-–, pero suavecito y dulce ni que
fuera rompope lo que toma a diario. El que no ha querido entender y reconocer
que es un alcohólico…
— ¿Alcohólico ¡Yooo! ¡Hip!? ¡Patrañas!
Solo tomo una copita de rompopito digestivo después de mis alimentos. –
Interrumpió refunfuñando Tobillero-
—Pues o come diez veces al día o esa
copita digestiva es de un litro de capacidad, pues siempre anda hasta el
tobillo de tomado, y ¡esa! esa negación
suya es la causa y el principal motivo
de que sus calchetinas lo abandonaran. Entienda que el culpable es usted; viene
sesión, tras sesión a tratar de culpar a su calchetinas y no ha querido aceptar
que lo de usted es una enfermedad y requiere otro tipo de terapia, para poder
componer su vida. Ni quiere aceptar tampoco, que su última calchetina no lo
abandonó ni se fue con nadie, simplemente se alejó de su mal trato y fue quizás
sí, a vivir con su calchetamadre. Le recuerdo que su calchetina venía antes que
usted a este centro y aquí se le hizo ver, que el que estaba mal era usted y
requería ser tratado contra el alcoholismo, digamos que le aguantó demasiado
don Tobillero, usted siempre aguado de borracho no media, no era consciente del
mal trato que le daba; la jaloneaba, le daba una restirada de resortes que no
vea –Era cariño extremo doctor (le
interrumpió Tobillero)– Sea lo que sea mi estimado, pero aquí la pobre llegó un día toda estirada y entonces se le
aconsejó que mejor se alejara de usted, hasta que aceptara y reconociera usted
mismo su culpa, su enfermedad y se sometiera a tratamiento para la misma.
¿Hasta cuándo reconocerá su culpa? Nada remedia con seguir viniendo a
desahogarse aquí, todo ahogado en su suavidad y dulzura, si hace caso omiso a
lo que se le sugiere.
—Se le ha olvidado… si me permite mi
estimado galano.
—Galeno Calcheobeso, soy galeno, lo de
galano déjeselo a Calchondo, pero adelante tome usted la palabra con confianza. –Calcheobeso era un calcetín grande
de altura, tan alto que podía ser confundido con una calceta sino fuera por las
fibras más finas de su piel, la cual era morena de un tono café claro, y el que
además, pese a estar muy desorbitado de la cintura (su gordura se concentraba en su barriga enorme) era un calcetín fornido y musculoso,
desnalgado pero musculoso.
—Muchas gracias entons galano, digo
galeno, le decía yo, que ha olvidado hacer ver la posibilidad al molesto
Kalcetinazo, de que su compañera haya sido una víctima más de una desaparición
del tercer tipo, esas que para todos es un misterio, hay quienes dicen que
muchos de los desaparecidos, son plagiados por
calcetes extraterrestres, usted sabe, calcetes de otros planetas, o de
alguna dimen-sión desconocida, y otros más aseguran que sectas malignas les
sustraen, para ofrecerlos en sacrificio a los “dioses de la nada”; sabe cuál de
ellas sea la causa y quién tenga razón, pero de que desaparecen ipso facto! y
de una manera muy misteriosa, desaparecen. ¡Sí doctor! Se esfuman, se
desintegran, se desvanecen, que sé yo, ¡qué sabe nadie!
— ¡Calcheobeso! En esta mesa solo damos
y prestamos ayuda basándonos en cosas reales, apegadas a lo científicamente
comprobado, no espante y desoriente usted a Kalcetinazo, más de lo que ya está
de turuleco ¡Por favor!
—Turuleca su calchetamadre ga…lono.
–murmuro casi imperceptiblemente molesto Kalcetinazo y guardó silencio.
—Pero es algo… ¡real doctor Calceta! –Interrumpió
abruptamente Calchondo–, que la ciencia no pueda expli-carlo no quiere decir
que no haya casos así, yo sé de uno, si me permite contarlo. ¡Por santa
Calchetuda que fue cierto!, me consta, solo le pido que me escuche, que me
escuchen todos, doctor por favor.
—Enérgicamente Calchondo se interpuso
frente al doctor parándose de su asiento.
Calchondo era un calcetín de buena
presencia, personalidad llamativa, bicolor de un azul rey con amarillo
intenso; de mediana edad, pero bien conservado, sus fibras se habían hecho
fuertes y resistentes a base de mucho ejercicio, perteneció algún tiempo a una
agrupación de caminantes; muy deportista pero muy “calchetiniego”, cambiaba de
calchetina continuamente, pero como galán que no quería perder su prestigio de
eso mismo, acudía a estas sesiones cada vez que alguna calchetina, cansada de
sus infidelidades lo abandonaba, y siempre venía a estas pláticas para
argumentar desaparición misteriosa de sus parejas, haciéndose el muy afligido,
todo para tapar el ojo al “calcho” de que, lo habían mandado a volar y que lo
dejaban por calchetiniego empedernido, fingiendo para esto, estar muy
desconcertado y preocupado por ello. Con ésta ya era la quinta vez que aparecía
por aquí en este centro de ayuda.
— ¿Puedo doctor?—. Al doctor no le quedó
más remedio que dejarlo continuar, asintió con la cabeza y se sentó a escuchar
su relato.
–Verán ustedes, después de contarles lo
que me ha sucedido me darán la razón. Era un sábado perfecto para ir de juerga,
yo quería ir a reventarme al “Calcetín colgado dance” es un antro nuevo y
perfecto para colgarse a bailar toda la noche,
con música súper “nice”; pero mi quinta calchetina, (sí mi última pareja
de mis ya cinco exterminados matrimonios que llevo, por similares desapariciones
misteriosas, que luego les contaré también como fueron cada una de ellas) quiso
acompañarme, y por más que hice hasta lo imposible por persuadirla de no
hacerlo, no pude, y bueno, no me quedó de otra que llevarla; al llegar,
quedamos asombrados, la pista de baile era enorme, al aire libre, alumbrada con
solo las estrellas, muy romántico el ambiente; un colgadero central giratorio
espectacular, el cual ya estaba lleno de calcetines y otras prendas danzando
girando suavemente, al ritmo de una suave brisa, así que para pronto nos
colgamos a bailar, lo hicimos toda la noche, sin embargo, de repente la música
se prendió, los giros provocados por un fuerte viento, se volvieron más
intensos, a todo mundo puso a bailar a altas revoluciones, con decirles que
hasta mareado andaba; amanecía ya, y la danza, los giros, en lugar de ir merman-do
se intensificaban; en una de esas, en pleno frenesí, me disponía a abrazar a
mi pareja, cuando sólo alcancé a ver un
destello de luz verde que me cegó momentáneamente, y ¡Zas! mi calchetina
desapareció. ¡Se hizo humo ante mis ojos! Como pude salí descolgándome de la
pista, la empecé a buscar por todos lados, pero todo subió de tono, y se
comenzaron a escuchar muchos gritos, algunos calcetines salieron volando de la
pista, todo se volvió un caos, hubo mucha confusión, en eso llegaron los
“policines” y comenzaron a levantar a
todos los calcetines tirados, y a descolgar a los que aún peramanecían
colgados bailando; los que andaban pasados de copas (muy húmedos) o sucios,
fueron remitidos al cesto de retención, en los separos de la comisaría de
policina, los demás fueron enviados a
sus cajoneras, les juro que la busqué por todos lados, bajo la pista, en sus
alrededores, fui a la cárcel a ver si no se la habían llevado ahí y nada; mi
calchetina desapareció. Esa luz verde me hace supo-ner, que se abrió la puerta
a otra dimensión desconocida, o fue sustraída de la pista por ese rayo de luz
verde, quizás de alguna nave extraterrestre, eso sí no lo sé, pero así sucedió
señores. ¡Se los juro!
—El Dr. Calceta se levantó
enérgicamente, y haciendo un ademán con la mano y sonriéndole indicaba a
Calchondo se sentase—. Pee…ro no quieren que les cuente como desaparecieron mis
otras cuatro calchetinas, las circuns-tancias son parecidas, sucesos que lo
dejan a uno aguado del susto, me temblaban los resortes, quedé flojito, flojito,
en cada uno de ellos, son todos casos inexplicables doctor. —Calchondo interfería al doctor mientras éste
avanzaba encimándosele, haciéndolo retroceder esbozando una son-risa sarcástica
y con un ademán indicándole su silla, con-siguiendo con eso que Calchondo se
sentara casi de sopetón.
- Ya hemos escuchado suficiente por hoy
de su caso Calchondo, y déjeme decirle
que su “Rayo Verde” mar-ciano o de otra dimensión, no es para nada
inexplicable, es un fenómeno que se da naturalmente y solo es cuestión de
observar detenidamente; usted que tanto le da por ama-necer al andar de
parranda, debe toparse con él fre-cuentemente, pues se da con la salida del sol
y también en la puesta, es difícil de detectar pero requiere de concen-trarse y
observar detenidamente, justo cuando el sol co-mienza a salir o ponerse en el
horizonte; la leyenda del rayo verde es
popular, incluso hasta ha sido tema de novela, una de ellas supone que si un
hombre y una mujer lo ven juntos, quedan eternamente enamorados, pero a
usted Calchondo se le da al contrario
esta leyenda, pues se le van, vuelan, “caput” para siempre, le desaparece el
amor a su pareja, se desenamoran de usted.
— ¡Ahí está!, ahí está la prueba doctor,
para que vea que éste que miro yo, es otro tipo de rayo verde, provoca todo lo
contrario al que usted menciona. ¿No qué no? –Sagazmente Calchondo refutó su
aseveración científica al doctor, parándose y volviéndose a sentar de sopetón
en su silla.
—Eeesss un misterio ancestral, que
difícilmente podrán resolver y mucho menos ponerse de acuerdo ninguno de
ustedes dos, mis estimados compañeros de ésta controversial mesa redonda; la
mesa que menos aplaude jejeje.
—Intervino don Calchepe un calcetín aguado y viejo, de
apariencia tierna favoreciéndole para ello su tenue color beige; como de unos
65 a 70 hilados años, o al menos así lo hacía parecer el asomo de un agujero de
desgaste en su punta, porque por otro lado era de ojo alegré y de corazón
bastante verde, por aquello de ser de “talón verde” (parte trasera de un
calcetín) y por el “billete verde” que usaba para satisfacer su enamoradizo
vicio, pues gustaba de deshilarse por coquetear y conquistar calchetinas mucho
más jóvenes, y precisamente se encontraba en este centro, preocupado por la
desaparición reciente de su última conquista, una calchetina de apenas 35
hiladas de vida, que un buen día no regresó a su verde morada.
NO DEJE DE TERMINAR DE LEERLO, SIGUE LO MEJOR. LO PUEDE ADQUIRIR EN BUBOK O BAJARLO EN PDF EN EL SIGUIENTE LINK
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