Cabalgo, me infiltro entre
la maleza,
en un tiempo que se alejó
de la llanura,
en otra edad, o quizás,
cuando la edad lo hacía ligero.
y el cabalgar no implicaba
incertidumbre, desasosiego,
en la llanura de la
inocencia, donde las rosas ocultaban los insectos,
tal vez había hierba seca,
tierras áridas, que las montañas,
con su majestuosidad, envestida
con la frondosidad amorosa de sus pinos,
cubría, protegiendo a la fantasía
de cabalgar por la vida,
en llanuras sembradas de
abundancia y alegrías,
no permitiendo a los
sueños alterarse, desdibujarse,
al cubrirlos con esa
enorme barrera de amor,
impidiendo visualizar el paisaje
desolado que existía,
que siempre ha existido,
que hoy cabalgo, en su
densidad amarga, angustiante,
donde el camino no conduce
al mismo horizonte nítido,
colorido y luminoso, donde
la fantasía dejó de latir,
y del destino se alejó el
vuelo de las aves,
llevándose la armonía de sus trinos,
y el silencio de sus alas.
Hoy cabalgo entre
maleza,
de mis montañas se extinguieron los pinos,
de mis montañas se extinguieron los pinos,
dejándome solo, afrontando
la realidad de un valle áspero, cruel,
invadido de maleza,
repleto de insectos malignos asechando,
perdido de un mundo tan
distante, tan tranquilo, tan alegre,
que se quedó en el tiempo,
cuando el paisaje lo pintaba,
la inocencia de la
infancia y lo alentaba el amor de dos pinos
y su montaña.