Se apagó el silbido al abrir la reja,
tus manitas aferradas al borde del cajón,
y tu mirada fija a la puerta de la entrada,
al escucharme llegando a casa.
Me recibías con la alegría del brillo en tus ojos,
con la misma intensidad del silencio que guardabas,
cuando partía de casa, acurrucándote en tu rincón,
esperando paciente mí regreso.
Bolillo te puse por nombre, mi “cuyito” regordete,
te acomodé en un gran cajón que fue tu morada,
lo coloque sobre un mueble justo al lado del
refrigerador,
ubicación que te hizo muy feliz.
Desde este lugar estratégico podías observar todo,
quién llegaba quién salía, quién pasaba,
podías detectar cuando abrían la puerta del refrigerador,
y correr a asomarte para pedir un antojo.
Eras muy selectivo y quisquilloso olías lo que se te
ofrecía,
movías tu cabecita retirándola sino era el antojo que
querías,
habrían de darte lo que apetecías, un pedazo de lechuga,
un ramito de perejil, chayote, o un gajo de naranja.
Lo que seleccionabas lo arrebatabas gustosamente,
hacías ruiditos guturales de satisfacción, de estar
contento,
no sólo te asomabas enjundioso para esto,
también lo hacías para buscar caricias, afecto…compañía.
Nunca pensé que un pequeño roedor pudiese tener
sentimientos,
y mostrar su afecto como otros animalitos domésticos,
sin duda de manera más sincera y expresiva que muchos
humanos,
te diste a querer
mucho mi pequeño Bolillo.
Cuando enfermaste te apagabas, se notaba tu malestar,
al recuperarte volvías nuevamente con tu enjundia,
sin embargo aunque los síntomas desaparecieron,
poco a poco sin manifestarlo, la enfermedad fue ganando.
Y una noche sin quejarte te venció y partiste,
durante el día no mostraste estar mal sólo inapetente,
en dos ocasiones acercaste tu trompita a mi rostro,
para darme lo equivalente a un besito…era tu despedida.
tu enjundia en el ruido al abrirse la puerta del
refrigerador,
tu alegría aún se asoma al borde con tus manitas
extendidas.
y tu afecto quedó prendido para siempre en mi recuerdo.
Mijjo..