viernes, 17 de octubre de 2014

AUTODESTRUCCIÓN… UN PÁRAMO EN EL PASIAJE



A veces la vida te lleva a donde no quisieras,
tu existencia no aprecia más que un páramo en su paisaje, donde los prados desolados reciben sólo el rocío de la angustia y entre sus pastos soplan vientos de incertidumbre, que levantan el polvo
de los miedos que te ciegan, oscureciendo los cielos, perdiendo el camino, frenando tus pasos, sintiendo inminente el desabarranco de la esperanza.
Es en esos parajes donde sólo sale a tu encuentro las piedras de la indiferencia que aplastaron las flores de la solidaridad, de la compasión, quedando solo firmes las espinas del egoísmo, que fue pudriendo todo el ramaje hasta secar los frutos del amor por los demás, y desprenderse las hojas de la caridad y la ayuda, dejando un árbol de la humanidad de pie, pero infectado con los hongos de la pobreza, que cundieron desde abajo, dejando unas cuantas zonas verdes en su parte más alta, las que absorbieron todos los nutrientes para sí mismas, arrebatándolos de las partes bajas, labrando su propia autodestrucción, al provocar con esto quedar aislados en su cumbre, bajo la mira de ser devorados por los hongos del hambre y la pobreza, que no encuentran de donde más nutrirse.

Hoy los síntomas son evidentes, comienzan a manifestarse en los virus que han surgido en esos paramos olvidados, de esos inframundos donde la pobreza y el hambre han sido el detonante, que dejó seres desnutridos, indefendibles, vulnerables, y donde encontraron un gran campo de cultivo para generarse, el Sida y hoy en día el Ebola; ahí en la parte más olvidada, más decadente,  ante la indiferencia del resto de la humanidad, que no esperó nunca, que esa indiferencia les causara un auto daño, y dieron pie  con ello al cataclismo de la autodestrucción que dejó... un páramo en el paisaje.

miércoles, 8 de octubre de 2014

REENCONTRAR AL SER HUMANO



Y me sumé a la cadencia  de las hojas,
que ruedan por el camino arrastradas por el viento,
desprendidas de las ramas de su vida,
volé como el polvo levantando la tristeza,
durmiente, apacible, inamovible, estática,
que se aferra a no ir más allá,
de las cunetas del destino,
me topé con rumbos donde el único paradero
era la incertidumbre, en un paraje de soledad,
en una vertiente amenizada por rocas planas,
silenciosas sin una arista que ofrecer
para asirse, y sostenerse, sin ningún otra cosa
que un río de silencios,
sin cauce por donde guiarte,
dejando sólo el tropiezo para dirigirte.
Seguí así inmerso en un bosque de indiferencia,
con su desierto de frondosidad vacua,
entre árboles sin rostro, sin sonrisas,
y miradas espinadas, sin señal alguna,
lleno de  maleza perdida en sus propios laberintos.
Como muchos, me encuentro esperando la llegada de la lluvia,
en la ausencia de sueños en el menú de estos tiempos,
en cielos de pocas nubes corriendo sin detenerse,
cansado de perseguirlas para recibir una cuantas gotas,
no suficientes, de efímera permanencia y carente abundancia,
que solo riega la desesperación para más humedecerla,
logrando escapar el llanto al desfogar el dique de la desilusión,
evitando reventar su cortina de entereza endeble, sometida, rebasada más allá de sus límites de firmeza; viendo tristemente en el horizonte, solo opciones de recorridos entre púas hirientes, corruptas, de ambiciones desbocadas, despojando, aplastando en una libre competencia, injusta, desigual, comercializando la tragedia para conseguir el beneplácito llamado éxito, en el territorio de la deshumanización, donde cada vez son menos en la cumbre de las pertenencias, y más los desbarrancados, arrastrados a las profundidades de la carencia.
Y me dejé llevar como las hojas por el viento…   
Y comencé a rodar nuevos caminos…
Y me alejé de lo banal de la existencia…
Y me dejé llevar donde los ríos cantan,
las rocas no resbalan, y el polvo se detiene,
donde el amor es la vida y solo
de amor se vive…
tratando reencontrar al ser humano.