martes, 21 de octubre de 2014
viernes, 17 de octubre de 2014
AUTODESTRUCCIÓN… UN PÁRAMO EN EL PASIAJE
A veces la vida te lleva a
donde no quisieras,
tu existencia no aprecia
más que un páramo en su paisaje, donde los
prados desolados reciben sólo el rocío de
la angustia y entre sus pastos soplan vientos de
incertidumbre, que levantan el polvo
de los miedos que te
ciegan, oscureciendo los cielos, perdiendo el camino,
frenando tus pasos, sintiendo inminente el desabarranco
de la esperanza.
Es en esos parajes donde
sólo sale a tu encuentro las piedras de la
indiferencia que aplastaron las flores de la solidaridad, de la
compasión, quedando solo firmes las espinas del egoísmo,
que fue pudriendo todo el ramaje hasta secar los frutos del
amor por los demás, y desprenderse las hojas de la caridad y la ayuda, dejando
un árbol de la humanidad de pie, pero
infectado con los hongos de la pobreza, que cundieron desde abajo, dejando unas
cuantas zonas verdes en su parte más alta, las que absorbieron todos los
nutrientes para sí mismas, arrebatándolos de las partes bajas, labrando su
propia autodestrucción, al provocar con esto quedar aislados en su cumbre, bajo
la mira de ser devorados por los hongos del hambre y la pobreza, que no
encuentran de donde más nutrirse.
Hoy los síntomas son
evidentes, comienzan a manifestarse en los virus que han surgido en esos
paramos olvidados, de esos inframundos donde la pobreza y el hambre han sido el
detonante, que dejó seres desnutridos, indefendibles, vulnerables, y donde
encontraron un gran campo de cultivo para generarse, el Sida y hoy en día el Ebola;
ahí en la parte más olvidada, más decadente,
ante la indiferencia del resto de la humanidad, que no esperó nunca, que
esa indiferencia les causara un auto daño, y dieron pie con ello al cataclismo de la autodestrucción que dejó... un páramo en el paisaje.
miércoles, 8 de octubre de 2014
REENCONTRAR AL SER HUMANO
Y me sumé a la
cadencia de las hojas,
que ruedan por el camino
arrastradas por el viento,
desprendidas de las ramas
de su vida,
volé como el polvo
levantando la tristeza,
durmiente, apacible,
inamovible, estática,
que se aferra a no ir más
allá,
de las cunetas del destino,
me topé con rumbos donde
el único paradero
era la incertidumbre, en
un paraje de soledad,
en una vertiente amenizada
por rocas planas,
silenciosas sin una arista
que ofrecer
para asirse, y sostenerse,
sin ningún otra cosa
que un río de silencios,
sin cauce por donde
guiarte,
dejando sólo el tropiezo
para dirigirte.
Seguí así inmerso en un
bosque de indiferencia,
con su desierto de
frondosidad vacua,
entre árboles sin rostro,
sin sonrisas,
y miradas espinadas, sin
señal alguna,
lleno de maleza perdida en sus propios laberintos.
Como muchos, me encuentro
esperando la llegada de la lluvia,
en la ausencia de sueños
en el menú de estos tiempos,
en cielos de pocas nubes
corriendo sin detenerse,
cansado de perseguirlas
para recibir una cuantas gotas,
no suficientes, de efímera
permanencia y carente abundancia,
que solo riega la
desesperación para más humedecerla,
logrando escapar el llanto
al desfogar el dique de la desilusión,
evitando reventar su
cortina de entereza endeble, sometida, rebasada más allá de sus límites de
firmeza; viendo tristemente en el
horizonte, solo opciones de recorridos entre púas hirientes, corruptas, de
ambiciones desbocadas, despojando, aplastando en una libre competencia,
injusta, desigual, comercializando la tragedia para conseguir el beneplácito
llamado éxito, en el territorio de la deshumanización, donde cada vez son menos
en la cumbre de las pertenencias, y más los desbarrancados, arrastrados a las
profundidades de la carencia.
Y me dejé llevar como las
hojas por el viento…
Y comencé a rodar nuevos
caminos…
Y me alejé de lo banal de
la existencia…
Y me dejé llevar donde los
ríos cantan,
las rocas no resbalan, y
el polvo se detiene,
donde el amor es la vida y
solo
de amor se vive…
tratando reencontrar al
ser humano.
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