A veces la vida te lleva a
donde no quisieras,
tu existencia no aprecia
más que un páramo en su paisaje, donde los
prados desolados reciben sólo el rocío de
la angustia y entre sus pastos soplan vientos de
incertidumbre, que levantan el polvo
de los miedos que te
ciegan, oscureciendo los cielos, perdiendo el camino,
frenando tus pasos, sintiendo inminente el desabarranco
de la esperanza.
Es en esos parajes donde
sólo sale a tu encuentro las piedras de la
indiferencia que aplastaron las flores de la solidaridad, de la
compasión, quedando solo firmes las espinas del egoísmo,
que fue pudriendo todo el ramaje hasta secar los frutos del
amor por los demás, y desprenderse las hojas de la caridad y la ayuda, dejando
un árbol de la humanidad de pie, pero
infectado con los hongos de la pobreza, que cundieron desde abajo, dejando unas
cuantas zonas verdes en su parte más alta, las que absorbieron todos los
nutrientes para sí mismas, arrebatándolos de las partes bajas, labrando su
propia autodestrucción, al provocar con esto quedar aislados en su cumbre, bajo
la mira de ser devorados por los hongos del hambre y la pobreza, que no
encuentran de donde más nutrirse.
Hoy los síntomas son
evidentes, comienzan a manifestarse en los virus que han surgido en esos
paramos olvidados, de esos inframundos donde la pobreza y el hambre han sido el
detonante, que dejó seres desnutridos, indefendibles, vulnerables, y donde
encontraron un gran campo de cultivo para generarse, el Sida y hoy en día el Ebola;
ahí en la parte más olvidada, más decadente,
ante la indiferencia del resto de la humanidad, que no esperó nunca, que
esa indiferencia les causara un auto daño, y dieron pie con ello al cataclismo de la autodestrucción que dejó... un páramo en el paisaje.
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