Y me sumé a la
cadencia de las hojas,
que ruedan por el camino
arrastradas por el viento,
desprendidas de las ramas
de su vida,
volé como el polvo
levantando la tristeza,
durmiente, apacible,
inamovible, estática,
que se aferra a no ir más
allá,
de las cunetas del destino,
me topé con rumbos donde
el único paradero
era la incertidumbre, en
un paraje de soledad,
en una vertiente amenizada
por rocas planas,
silenciosas sin una arista
que ofrecer
para asirse, y sostenerse,
sin ningún otra cosa
que un río de silencios,
sin cauce por donde
guiarte,
dejando sólo el tropiezo
para dirigirte.
Seguí así inmerso en un
bosque de indiferencia,
con su desierto de
frondosidad vacua,
entre árboles sin rostro,
sin sonrisas,
y miradas espinadas, sin
señal alguna,
lleno de maleza perdida en sus propios laberintos.
Como muchos, me encuentro
esperando la llegada de la lluvia,
en la ausencia de sueños
en el menú de estos tiempos,
en cielos de pocas nubes
corriendo sin detenerse,
cansado de perseguirlas
para recibir una cuantas gotas,
no suficientes, de efímera
permanencia y carente abundancia,
que solo riega la
desesperación para más humedecerla,
logrando escapar el llanto
al desfogar el dique de la desilusión,
evitando reventar su
cortina de entereza endeble, sometida, rebasada más allá de sus límites de
firmeza; viendo tristemente en el
horizonte, solo opciones de recorridos entre púas hirientes, corruptas, de
ambiciones desbocadas, despojando, aplastando en una libre competencia,
injusta, desigual, comercializando la tragedia para conseguir el beneplácito
llamado éxito, en el territorio de la deshumanización, donde cada vez son menos
en la cumbre de las pertenencias, y más los desbarrancados, arrastrados a las
profundidades de la carencia.
Y me dejé llevar como las
hojas por el viento…
Y comencé a rodar nuevos
caminos…
Y me alejé de lo banal de
la existencia…
Y me dejé llevar donde los
ríos cantan,
las rocas no resbalan, y
el polvo se detiene,
donde el amor es la vida y
solo
de amor se vive…
tratando reencontrar al
ser humano.
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