sábado, 14 de noviembre de 2015

MICRO RELATO...QUIÉN SOY




QUIÉN SOY

La débil rama crujía, su quejido me hacía consciente de que no resistiría, pero me asía a ella  con la desesperación de una mano ya insensible, endurecida, tratando de sostener el peso de mí cuerpo, fuerte y saludable, resistiéndome a perder espeluznantemente la vida, desquebrajado, rajado, pulverizados los huesos, al caer al fondo del barranco, que me esperaba con rocas hambrientas de frágil y jugoso cuerpo, entre reducidos claros de matorrales, de una más reducida esperanza, de tener la suerte de no chocar contra esas rocas, e ir a parar en la frenética caída inminente, justo en ellos, que sin duda harían más suave el aterrizaje incontrolado. Un último crujido y después todo fue oscuridad, silencio, limbo, la luz regreso después de quince años, en una cama, con un cuerpo sin piernas, tatuado en cicatrices, un rostro ajado, con la memoria muerta,  entre gente extraña… y un ser postrado irreconocible.



¡Déjenme salir!

El camino era estrecho, la noche en extremo oscura, sin una pestaña de luna, una carretera solitaria, siniestro escenario donde el peligro habita, se esconde se pertrecha bajo la niebla, la cual aumenta mientras más me adentro, los ojos temiendo el peligro, girando para uno y otro lado, tratando de percibir a los monstruos fantasiosos en los costados acechando, o a los asaltantes depredadores, que atacan constante por este camino solitario en la montaña, en este laberinto de curvas incesantes; saco mi cartera y la pongo bajo un trapo debajo del asiento, por si acaso tengo la desgracia de que aparezcan; sudo y hace frío, el cuerpo tenso por el miedo desprende la adrenalina, se manifiesta en las gotas de sudor frías de la frente, o cálidas de las manos, más acelero, a todo lo que me permite la gravidez del camino, tratando de huir del peligro externo, de repente un tenue sonido del celular lo escucho como un grito, en este reino del silencio, es un mensaje, desconcentro la mirada al frente, busco el celular, atiendo el mensaje y en ese instante caigo en un abismo de oscuridad, en el que me encuentro, quiero salir pero no me dejan, mi espíritu lucha por desprenderse, pero mi cuerpo no lo permite, algo lo atrapa le da respiración, lo mantiene vivo, no dejándome escapar de la prisión de estas rejas en que se ha convertido mi propio cuerpo.
¿Quién es este hombre? Un desconocido que fue rescatado hace tres meses, del fondo de un barranco donde paro su carro, afortunadamente él fue arrojado fuera de vehículo en los giros de la caída, pues no quedó nada al incendiarse, ni tampoco se encontró nada que pudiese identificarlo, no traía cartera y su celular quedó incinerado entre los restos del carro; se logró conservarlo vivo, las múltiples fracturas y heridas profundas de su cuerpo han ido sanado, pero está en coma desde entonces, casi al grado de muerte cerebral, ya va para tres meses, se le mantendrá así hasta que aparezca algún familiar a reclamarlo y que autorice o no el desconectarlo.

Por más que grito déjenme salir, los monstruos desconocidos de esta oscuridad me mantienen preso, aunque mi mente está consciente desde que caí en este estado indefendible, que el depredador enemigo no estaba en el camino, afuera del carro, se encontraba al acecho dentro de él, justo a mi lado, me trasladó a los dominios de la monstruosa oscuridad, donde hoy me encuentro, donde nadie escucha mis gritos de auxilio, donde nadie aparece ni se manifiesta, monstruos invisibles aquí me mantienen,  paso el tiempo pidiendo, suplicando ¡Déjenme salir!   

lunes, 9 de noviembre de 2015

EN UNA SILLA

Cuando llegue a viejo
y las horas del día me trascurran,
como a un insignificante trapo,
arrugado y desgastado,
cansado de sacudir la vida,
postrado en el respaldo de una silla,
permaneciendo anclado al tiempo,
inmóvil, atrapado en la serenidad del pensamiento,
imaginando mundos de flores purpura,
de ríos cristalinos con sauces dormidos en su fondo,
con la mirada perdida en el vacío,
circunscrita a muros en los puntos cardinales,
donde se guarece el polvo y la soledad,
y la vida se reduce a la luz de una ventana,
palparé la lluvia en el desierto,
en la pequeña gota de una lágrima,
que escape de la caja de cartón de la nostalgia,
o del cofrecito donde atesoré las alegrías;
escurriendo en las dunas de mi rostro,
detenida en la aridez de los pliegos,
secos y ajados de las mejillas.

Escaparé en las alas de la mente,
mientras mi espalda queda prisionera,
en la tibieza o frialdad de esa silla,
a bañarme por largas horas,
en las aguas marinas, frías o templadas,
en los mares de fantasía, de mis sueños,
de colores dorados, rosas, verdes y azules mágicos,
bordados con la chispa plateada de las gotas de sus olas,
suaves o bravías, regalándome su sal abrazadora,
y su espuma de caricias...Por Dios que me pasaría la vida en ello,
hasta que en el lodo seco,  que atrapó mi cuerpo
y se ensañó en mi rostro, no quepan más arrugas.

Es así que aún impávido, impedido ya de caminar la vida,
con destinos dibujados por una cama y una silla,
por más piedra que me quiera convertir el cuerpo, o la memoria,
echaré  a andar por esos mundos no vividos de mis sueños,
por esas calles estrechas, con el fruto de sus regiones,
de sus carpetas de piedra, que a cada una le dio,
su sabor, su olor, su constancia, su presencia,
con su vestidura, arrancada de sus montañas.
 Y sí, entre pueblo y pueblo me detendré necesariamente,
en ese café, en ese bar, imaginarios o
en ese pasaje de los recuerdos,
donde conviviré con los amigos y amores idos,
me detendré a observar, en una esfera de cristal,
 a los hijos, que están lejos, como todos,
andando por los caminos ásperos de la vida actual,
tratando de recorrerla de la mejor manera,
sin detenerse a percibirla y disfrutar cada rincón
de su enorme belleza, que se van pasando de largo,
con mucha prisa, sin pausas...frotaré la esfera con mis dos manos,
tratando de tomar sus manos dentro de ella, para regular sus pasos,
y detenerlos en la bella serenidad del paisaje, ese que yo a su edad deje ir,
sin voltear a ver, en los apuros al trascurrir acelerado del tiempo,
en la cotidiana esclavitud por la subsistencia,
tratando de influirles que la vida…la vida circundante y desapercibida,
no es ese mundo, enajenante de tareas inducidas, rutinarias,
del mundo artificial urbano, que se roba las horas devorando los días,
que su belleza la pueden encontrar en esas pausas,
ahí donde por los cielos solo se despliegan aves y nubes,
y las paredes son verdes montañas que pueden subirse,
y el aire que se respira es fresco y nítido, huele a hierba,
huele a flores, a roca, a tierra húmeda, a arena y sal.
Donde se escucha el canto de las hojas al compás del viento,
entre las notas del trino de las aves, hasta en las tardes, vestirse el cielo de silencios,
con sus suspiros naranja, mientras se abraza de arrebol en las montañas,
para despertar a la noche con el susurro de grillos y chicharras,
y brindarnos su alegría, con la sonrisa de la luna y la algarabía de las estrellas.

Estaré ahí en esa silla, con la mirada perdida,
más no vacía, la llenaré con el recuerdo de la película,
de la vida vivida e imaginándome la soñada, en esos sitios, en esos pueblos,
en esos campos, en esos mares, en esas montañas y ríos,
donde hubiese querido trascurriera el tiempo,
soñando lo que hubiese sido así la vida,
embestida con la libertad de los peces bajo el agua,
las aves en el aire y de los animales silvestres, en praderas y montañas,
esa vida natural y tranquila, pausada,
tan hermosa, donde el tiempo se alarga,
que la dejamos a un lado, que la olvidamos,
que se nos va fugaz, que enclaustramos y concentramos,
entre calles y muros, encerrándola entre paredes,
limitándola en el perímetro de una esfera urbana,
donde la hacemos girar acelerada, dentro de su círculo,
comprimiendo el tiempo y reduciendo el deleite de vivirla.