EN UNA SILLA
Cuando llegue a viejo
y las horas del día me trascurran,
como a un insignificante trapo,
arrugado y desgastado,
cansado de sacudir la vida,
postrado en el respaldo de una silla,
permaneciendo anclado al tiempo,
inmóvil, atrapado en la serenidad del pensamiento,
imaginando mundos de flores purpura,
de ríos cristalinos con sauces dormidos en su fondo,
con la mirada perdida en el vacío,
circunscrita a muros en los puntos cardinales,
donde se guarece el polvo y la soledad,
y la vida se reduce a la luz de una ventana,
palparé la lluvia en el desierto,
en la pequeña gota de una lágrima,
que escape de la caja de cartón de la nostalgia,
o del cofrecito donde atesoré las alegrías;
escurriendo en las dunas de mi rostro,
detenida en la aridez de los pliegos,
secos y ajados de las mejillas.
Escaparé en las alas de la mente,
mientras mi espalda queda prisionera,
en la tibieza o frialdad de esa silla,
a bañarme por largas horas,
en las aguas marinas, frías o templadas,
en los mares de fantasía, de mis sueños,
de colores dorados, rosas, verdes y azules mágicos,
bordados con la chispa plateada de las gotas de sus olas,
suaves o bravías, regalándome su sal abrazadora,
y su espuma de caricias...Por Dios que me pasaría la vida
en ello,
hasta que en el lodo seco, que atrapó mi cuerpo
y se ensañó en mi rostro, no quepan más arrugas.
Es así que aún impávido, impedido ya de caminar la vida,
con destinos dibujados por una cama y una silla,
por más piedra que me quiera convertir el cuerpo, o la
memoria,
echaré a andar por
esos mundos no vividos de mis sueños,
por esas calles estrechas, con el fruto de sus regiones,
de sus carpetas de piedra, que a cada una le dio,
su sabor, su olor, su constancia, su presencia,
con su vestidura, arrancada de sus montañas.
Y sí, entre pueblo
y pueblo me detendré necesariamente,
en ese café, en ese bar, imaginarios o
en ese pasaje de los recuerdos,
donde conviviré con los amigos y amores idos,
me detendré a observar, en una esfera de cristal,
a los hijos, que
están lejos, como todos,
andando por los caminos ásperos de la vida actual,
tratando de recorrerla de la mejor manera,
sin detenerse a percibirla y disfrutar cada rincón
de su enorme belleza, que se van pasando de largo,
con mucha prisa, sin pausas...frotaré la esfera con mis
dos manos,
tratando de tomar sus manos dentro de ella, para regular
sus pasos,
y detenerlos en la bella serenidad del paisaje, ese que
yo a su edad deje ir,
sin voltear a ver, en los apuros al trascurrir acelerado
del tiempo,
en la cotidiana esclavitud por la subsistencia,
tratando de influirles que la vida…la vida circundante y
desapercibida,
no es ese mundo, enajenante de tareas inducidas,
rutinarias,
del mundo artificial urbano, que se roba las horas
devorando los días,
que su belleza la pueden encontrar en esas pausas,
ahí donde por los cielos solo se despliegan aves y nubes,
y las paredes son verdes montañas que pueden subirse,
y el aire que se respira es fresco y nítido, huele a
hierba,
huele a flores, a roca, a tierra húmeda, a arena y sal.
Donde se escucha el canto de las hojas al compás del
viento,
entre las notas del trino de las aves, hasta en las tardes,
vestirse el cielo de silencios,
con sus suspiros naranja, mientras se abraza de arrebol
en las montañas,
para despertar a la noche con el susurro de grillos y
chicharras,
y brindarnos su alegría, con la sonrisa de la luna y la algarabía
de las estrellas.
Estaré ahí en esa silla, con la mirada perdida,
más no vacía, la llenaré con el recuerdo de la película,
de la vida vivida e imaginándome la soñada, en esos
sitios, en esos pueblos,
en esos campos, en esos mares, en esas montañas y ríos,
donde hubiese querido trascurriera el tiempo,
soñando lo que hubiese sido así la vida,
embestida con la libertad de los peces bajo el agua,
las aves en el aire y de los animales silvestres, en
praderas y montañas,
esa vida natural y tranquila, pausada,
tan hermosa, donde el tiempo se alarga,
que la dejamos a un lado, que la olvidamos,
que se nos va fugaz, que enclaustramos y concentramos,
entre calles y muros, encerrándola entre paredes,
limitándola en el perímetro de una esfera urbana,
donde la hacemos girar acelerada, dentro de su círculo,
comprimiendo el tiempo y reduciendo el deleite de vivirla.