A LA AVENTURA
Esa tarde el mar y el viento del este, permanecían en
tentadora calma, esa calma que invita a emprender la aventura de ir de pesca.
Don Juan Udaquiola, vasco de nacimiento, pero hace mucho años arraigado en el
puerto de Veracruz, se aprestó a preparar los utensilios necesarios para
pescar, la hermosa tarde lo incitó a realizar su pasatiempo predilecto;
emocionado, acomodo anzuelos, carretes, plomos en su caja de pesca; gustaba de
practicar la pesca rustica, tal como lo hacen los pescadores de la región, a
mano limpia, esto es con la tanza en los dedos, para palpar y adivinar
directamente con la sensibilidad del dedo índice, el bicho que muerde la
carnada bajo la superficie del mar, sin duda, la práctica le había hecho
desarrollar esta habilidad y le daba por
jactarse ante los demás compañeros de pesca, de que especie se trataba el pez
ensartado antes de subirlo y visualizarlo en la superficie, guachinango, rubia,
cabrilla, cochino, villajaiba, cazón, jiniguaro, etc. Su mediana condición
económica, no le permitía realizar su hobby de manera más sofisticada, esto es,
con cañas de pescar y en yate, o en embarcación de mayor calado y seguridad,
por lo que acostumbraba ir al pueblo vecino de Antón Lizardo, y alquilar un
bote a los pescadores de esa localidad. No le gustaba hacerlo solo, la pesca en solitario -Solía decir- la hacen los que viven de ello, la pesca de
diversión debe ser en compañía, para
disfrutar de la competencia. ¡Puto el último! Era su grito de salida para
iniciar la pesca, aunque la mayoría de las veces tuviese que quedarse con el título.
La charla, los chistes, las anécdotas y las cervezas eran el complemento
indispensable para disfrutar de una buena pesca, aunque en ocasiones no pescara
nada, pero aun así, esto formaba parte del encanto de esta actividad, el éxito
o el fracaso eran bien recibidos, este último, era motivador para planear la
siguiente aventura de pesca, en la cual poder sacarse la espina.
Así las cosas, entusiasmado don Juan, una vez que hubo a bien preparado todo lo indispensable,
incluso después de haber comprado ya la lisa para carnada; cayó en cuenta que
aún era viernes y en consecuencia día de labores, por lo que reflexionó, sería
difícil conseguir convencer a sus amigos que gustaban de la pesca, para que se
escabullesen de su trabajo y se tomaran la tarde libre, por lo que recurrió a
invitar a su hijo Juanillo
preadolescente de 13 años, que le encantaba también la pesca y este a su vez,
corriendo fue e invitó al primo Nereo y a su amigo Manuel, con lo cual, ya
serían tres invitados, que a su vez eran para don Juan los elementos mínimos e
indispensables para salir de pesca, por un lado por aquello de la compañía,
pero por otro y el más importante, que tres era el mínimo de elementos que se
necesitaban, para realizar la maniobra de empujar el bote montado sobre de
troncos, desde la playa al mar y viceversa al concluir la pesca; con menos don
Juan tendría que meter las manos y esa era la única etapa que no le agradaba,
él como “capitán” auto nombrado, solo se acomedía a dirigir; su exceso de peso
le hacía evitar trabajos de esfuerzo, por lo que, en la labor de meter y sacar
la lancha del mar, se concretaba a alentar a los demás a base de gritos,
¡Empujen cabrones a echarle cojones que se nos duermen los peces! ¡Hala! ¡Joder
con los chavales imberbes! ¡Con fuerza! ¿O estáis agotados de tanto jalar
pellejo? ¡Me cago en la madre que los parió! A su edad yo ya cortaba troncos en
Euskadi, ¡Empujen duro, duro! ¡Ahí va!, ahí va, no aflojen ¡Vamos! ¡Hala! que
ya estáis llegando. Una vez estando el bote en el agua, el primero en subir fue
“el capitán” don Juan, los muchachos tuvieron que empujar aún más dentro del
agua, pues el peso del “capitán” hizo que la lancha se encallara en el fondo de
arena; al llegarles el agua a la cintura, de un brinco subieron todos los demás
a bordo.
Estaba don Juan en el jaloneo para encender el motor,
cuando llegó corriendo a la orilla Tobías, el pescador que le había alquilado
la lancha, gritando con desesperación -¡Don Juan, don Juan! ¡Échese pa` tras
que etá anunciao que va a entrar norte fuerte pal rato! ¡Acabo de escuchá por
la radio el reporte del meteorólogooo!-
Terminaba de gritar esto, justo
en el momento en que Don Juan lograba encender el motor, y aunque escuchó bien
lo que Tobías le decía, haciéndole una señal con la mano diciendo adiós alcanzó
a contestarle - ¡No te preocupes Tobías! que ese metepatas está equivocado
¡Siempre la caga! soltando un gran carcajada al mismo tiempo que se ponía de
pie en la lancha.
Al ver la cara de preocupación de los chavales que habían escuchado
perfectamente la advertencia de Tobías, gritó sonriente con un dejo de
despreocupado, para levantar el ánimo a los espantados muchachos - ¡A la
aventura¡ ¡Puto el último!- Y sin más prosiguió su ruta mar adentro.
En el trayecto el viento cambio a ser más del sur que
del este, lo que dio a don Juan una falsa tranquilidad que hizo se jactara,
ante su tripulación de jovenzuelos, de su acertada decisión de no hacer caso a
Tobías en su advertencia del pronóstico
del tiempo. -¡Se los dije, el hijo de puta del meteorólogo siempre le falla!
¡Miren este viento joder! Que viene del sur, ¿Cual norte ni que ocho cuartos?
Se ha vuelto a equivocar el “mensorólogo” ese ¡Me cachis en la mar salada, si
será bruto el tío!- Este optimismo rampante no convenció a Manuel quien sabía
por su padre, quien solía también salir frecuentemente de pesca, que el viento
del sur suele parar repentinamente, producirse un lapso de calma sin que corra
el viento, para posteriormente soltarse intempestivamente el fuerte viento del
norte, por lo que solo alcanzó a retar a don Juan diciéndole –Yo no estaría tan
seguro, mejor ¡Puto el que se equivoque con el pronóstico!- Lo que arrancó una
carcajada alto sonante del “capitán” – ¡Jojojojojo! Pues ya estuvo que el
Tobías y el mensorólogo se van a ganar el título- Una vez dicho esto prosiguió rumbo al mar
abierto.
Llegaron por fin al bajo del arrecife que rodea a la
isla conocida como la isla de en medio, situándose al sur, quedando la isla al
norte frente de ellos; el oleaje en la zona del bajo merma considerablemente,
incluso el mar llega a estar liso como plato, sobre todo cerca de la isla, por
lo que ahí la pesca es más agradable, sin tanto zangoloteo provocado por el
choque de olas con la lancha, como sucede en aguas profundas fuera del bajo.
Echaron el ancla y al grito ya conocido del capitán comenzó la pesca y la lucha
por no ganarse tan no deseado título. Fue Juanillo el que primero corrió con
suerte sacando una rubia de muy buen tamaño “sartenero”, lo que dio gusto a don
Juan quien dando rienda suelta a su alegría expresó - ¡Me cago en la puta madre
que te parió chamaco! -¡Padre que es tu esposa! – Le contestó Juanillo riendo
también- Entonces ¡Me cago en tu padre
joder! –compuso lo dicho don Juan embarrándose el mismo- Mira que precioso
bicho has pescado, ¡Que buena cena vas a tener cabrón! ¡Uno menos y quedamos
tres aspirantes al título! ¡Me cago en diez! a ver si no me lo gano yo por
tanto estar jodiendo con lo mismo.- ¡Cayó uno, cayó uno!- Vociferó emocionado Manuel jalando la tanza
con fuerza pues era un pez grande el que traía- ¡Seguro es un pez sábalo o
barracuda! – Aseveró don Juan muy ufano- No don Juan, se trata de un pez
“cochino” de buen tamaño, ¿No ve como corre la tanza de un lado para otro
alejándose de la lancha y no yéndose a plomo?- Le refutó Manuel - ¡A carajo!-
repeló enérgico “el capitán” – Ahora resulta que la tripulación va a saber más
que el experimentado capitán de esta embarcación ¡Joder! ¡Qué no, vamos! ¡Qué no! ¡Calla la boca bisoño! Que lo que
traes colgado del anzuelo es un sábalo o barracuda, como el que me llamo Juan y
me apellido Udaquiola que si no me quito el nombre ¡Y ya está!- Manuel siguió
trabajando al pez con destreza, habilidad que había adquirido con el tiempo,
pues desde los cinco años su padre le había inculcado el gusto por la pesca al
regalarle una pequeña caña de pescar en su cumpleaños, desde entonces, el padre
lo llevaba a pescar a orillas de ríos y posteriormente un par de años después
lo aventuró a practicar la pesca marina. Así que ahora, ya todo un adolescente
de 15 años no era ningún bisoño en estos menesteres, como lo acababa de afirmar
don Juan, por lo que terminó su tarea con éxito y subió al bote un hermoso
“cochino” como de un kilo de peso. Don Juan miró incrédulo y con asombro el
hermoso pez que acababa de pescar Manuel y frunciendo el ceño alcanzó a
vociferar entre dientes - “Pito Vale”- ¿Qué dijo don Juan? -preguntó riendo
Manuel- ¡Coño! Que a partir de este momento y por lo que resta de esta pesca
soy el capitán “Pito Vale”, o al revés, como mejor les parezca, ¡Que me has
hecho perder el nombre chaval cagón! ¡Me lleva la mar salada, Joder! Me he
levantado hoy con el pie izquierdo y pise mierda ¡Coñooo!- Y así a partir de ese momento continuó la
pesca, con un don Juan en silencio, en apariencia concentrado, pero en el fondo
preocupado por no ganarse el título en disputa, pues solo quedaban él y Nereo
sin lograr aún atrapar nada, por lo que para esas alturas de la competencia,
don Juan se conformaba con pescar aunque fuese, un pequeño “jiniguaro”, para
recuperar un poco su dignidad perdida hasta esos momentos; le preocupaba de
sobremanera ser el último, porque con ello, no solo habría ganado el título de
“puto el último” por él mismo estipulado, y perdido el nombre como ya había
sucedido, sino que también su dominio, conocimiento y experiencia en los
menesteres de la pesca, quedarían en
entredicho y hechos mierda –pensaba él- ante los ojos de su tripulación de
chavales imberbes, novatos e inexpertos a su parecer; por lo que continuó
pescando o intentando hacerlo muy concentrado, y sí efectivamente habían muchos
jiniguaros en el fondo, comiendo y robándose la carnada; como peces pequeños y
rápidos que son, no son fáciles de atrapar, sobre todo si el anzuelo es mediano
o grande, solo con anzuelos chicos se puede lograr ensartarlos, por lo que don
Juan subía y subía una y otra vez su anzuelo a la superficie, sin pez alguno y
sin carnada, pues usaba un anzuelo de buena medida y apropiado para pescar un
pez grande, deseando atrapar uno de
mayor tamaño a los ya pescados por Juanillo y Manuel, para reivindicarse, pero
esperanzado en atrapar aunque fuese por la panza algún jiniguaro, para no
perder la competencia y llevarse el vergonzoso título. Sin embargo, Nereo al ver que lo que
proliferaba al fondo era un buen cardumen de jiniguaros, cambió de carrete por
uno con anzuelo chico, colocó la carnada y lo lanzó rápidamente sin que don
Juan se percatara de ello, pues él seguía en lo suyo; apenas llegó al fondo el
anzuelo, comenzaron a picar los jiniguaros, y con un par de jalones en el
momento indicado, logró ensartar a su presa, subiéndolo rápidamente a la
lancha, y una vez estando arriba, grito con voz de triunfo ¡Lo tengo, lo tengo!
Con ojos de incredulidad don Juan volteo a ver a Nereo, quien orgullosamente
mostraba un pequeño jiniguaro prendido del anzuelo, a lo cual don Juan contestó
–Yo también lo tengo- ¿Qué tiene tío Juan? Preguntó Nereo- ¡El título, que va a
ser Joder! Que ahora soy el capitán “Puto Pito Vale” ¡Me cago en la puta madre
que me parió! – Acabando de decir esto, todos al mismo tiempo comenzaron a
reírse y burlarse del capitán- ¡Brillante capitán pesquero que nos cargamos!
¡No pesca ni un resfriado mi capi! ¡Ánimo mi capitán don Puto Pito Vale, quien
quita y un pez volador cae solito arriba de la lancha! ¡Je je je solo así le
tocará cena capitán!- Y así, mientras los muchachos desfogaban con risas y
bromas, don Juan también disfrutaba el momento, colorado del rostro, pero
muerto de risa; siempre a alguien le tocaba ser la comidilla de los demás en
estas convivencia de la pesca y ahora le había tocado a él y lo aceptaba
alegremente. En eso estaban cuando un fuerte jalón en la tanza hizo que se le
soltara de su mano a don Juan y este soltó un grito por el sobresalto - ¡UPA!-
al tiempo que se lanzaba a agarrar el carrete para que no cayese al agua,
alcanzando a recuperarlo con éxito -¡Pico uno enorme! ¡Lo traigo, lo traigo
cabrones! Aquí es donde me la voy a sacar ¡Van a ver la clase de bicho que
estoy subiendo!- Decía esto al tiempo que la tanza escurría de su mano una y
otra vez de los fuerte tirones que daba el pez; de repente los jalones cesaron
pero aún la tanza estaba tensa y don Juan continuaba subiéndola hacia la
superficie con ahínco- Parece que se cansó el bicho, ya no se defiende je je je,
pero aún lo traigo y por lo pesado que está debe ser de muy buen tamaño- Decía
esto don Juan sin dejar de recobrar y recobrar continuamente la tanza- ¡Tenga
cuidado don Juan! – Le advirtió Manuel pues por la forma de jalar del animal y
luego de dejar de hacerlo sospechaba lo peor, pero no alcanzó a decirlo pues el
emocionado capitán lo interrumpió- ¡Calla Rapaz! ahora me vas tú a decir lo que
tiene que hacer este viejo lobo de mar, ¡Calla y fíjate bien como se trabaja un
pez grande para lograr subirlo a la
lancha- Y diciendo esto daba un último y fuerte jalón subiendo e introduciendo
al pez al interior de la lancha, en el momento que a su vez este se soltaba del
anzuelo; justo un instante antes Manuel
había subido los pies sobre de su asiento y a señas advirtió a Nereo y Juanillo
que hiciesen lo mismo- ¿Pero qué es esto?- Preguntó don Juan pues la ya poca
claridad de la tarde y el fondo oscuro de la lancha no le permitían distinguir
bien de que bicho se trataba - ¡Cuidado don Juan que es una “morena”! -Gritó
con angustia Manuel justo al momento que la anguila abría su temida boca llena
de afilados dientes, y lanzaba una tarascada hacía el pie del capitán, quien
solo usaba chanclas lo cual dejaba expuestos sus dedos al aire libre ; su
enorme dedo gordo se convirtió en el objetivo del animal, a quien le pareció un
suculento manjar o un rival a atacar, sin embargo, el rápido grito de
advertencia de Manuel, hizo que en el momento que la “morena” iba cerrando su
afilada boca sobre el dedo de don Juan, este alcanzara a encogerlo y sacar el
pie de la chancla, al mismo tiempo que la dentadura de la peligrosa culebra de
mar, quedaba prendida fuerte y aferradamente a esta. En ese momento, el capitán
dio un salto insólito trepando súbitamente a su asiento, quedando
instantáneamente de pie, el susto le había hecho adquirir una agilidad
asombrosa para su voluminosa panza y pesado cuerpo. Mientras la “morena”
zigzagueaba peligrosamente por todo el fondo de la lancha, sin soltar su presa,
la inocente chancla de don Juan, descargando sobre de ella su furia con sus
dientes encajados con firmeza; Manuel tomo un remo, y lo acercó a la morena,
logrando que esta se enroscara en él, al hacerlo, alzó el remo y lo uso como
catapulta sin soltarlo, agitándolo una y otra vez hasta que la “morena” se desprendió
de él y fue lanzada al aire yendo a caer nuevamente al mar de donde no debió de
haber salido, esto claro está, si don “Puto Pito Vale” hubiese tenido el
cuidado debido y la hubiera garroteado antes de subirla a la lancha, para que
se zafara del anzuelo y cayese al mar y no adentro, pues más de un pescador ha
perdido alguno de sus dedos por esta clase de error.
Todo volvió a la calma; sin proferir palabra alguna,
los muchachos se acomodaron nuevamente en sus asientos, mientras don Juan
dándose un fuerte sentón volvía también a depositar su tembloroso trasero en su
asiento, y una vez pasado el trago amargo, comenzó a reírse con una risa que
empezó suave y que fue poco a poco subiendo de intensidad, contagiando a los
demás quienes comenzaron también a reírse desaforadamente, Juanillo interrumpió
brevemente el concierto de risas comentando
- A que mi capitán “no doy una” ya perdió el nombre, perdió la
competencia, perdió la chancla y casi pierde el dedo, ¿Qué más puede perder
chingao?- Dicho esto la intensidad de las risa aumento hasta llegar a estruendosas
carcajadas y en eso estaban cuando ahora interrumpió alterado y cortando la
risa de jalón, Nereo diciendo- ¡La vida!-
¡Joder! No chingues sobrino –Rápidamente le refutó don Juan- No me jodas con esa sentencia, que este
capitán está pendejo pero no jodido, ¡Mira bien la madera de que estoy hecho!
Que a estas alturas de la vida me conservo saludable y fuerte como viejo roble-
¡No tío lo digo en serio! ¡La vida, si no nos vamos inmediatamente! ¡Miren volteen,
vean las palmas de la isla!- Al mismo tiempo voltearon todos súbitamente, alcanzando
a ver como las ramas de las palmeras se movían vigorosamente.
Por estar ubicados del lado sur justo atrás de la isla
y a la vez estar tan entretenidos con la pesca, nunca se percataron cuando el
viento del sur se detuvo, mucho menos percibieron cuando llegó la calma, sin
que soplase viento alguno por un buen rato, pues al estar en este lugar dentro
del bajo sin oleaje y protegidos por la isla se olvidaron de si había o no
viento y de que punto cardinal venía este, por lo que al ver don Juan el
movimiento de las palmas, volteo apresurado a ver también hacía un costado de
la isla, donde unas rocas sobresalen de la superficie del mar en los límites
del bajo, y alcanzó a observar como las olas reventaban fuertemente sobre de
estas, concluyendo que el mar estaba embravecido, porque el temido viento del
norte había comenzado. -¡Levanten sus tanzas y saquen el ancla se jodió la
pesca! ¡Que ha comenzado a arreciar el viento y el mar allá afuera del bajo se
está encabritando! ¡Vámonos! – Angustiado y apurado don Juan alertó a la
tripulación; los muchachos rápidamente obedecieron; Manuel recogía el ancla
vociferando - Que arreciando ni que nada, ese viento ya es del norte y fuerte-
A su vez, Juanillo asustado cuestionó a su papá - ¿Padre no será mejor que nos
refugiemos en la isla?- ¡No hombre no! Esto está comenzando y nos da tiempo de
llegar a la playa, antes de que se ponga feo el asunto, es peor si nos quedamos
en la isla, nos podemos quedar atrapados ahí sin tragar nada más que arena
hasta por dos o tres días, en lo que calma primero el norte y luego la fuerte
marejada para poder marcharnos. Que no cunda el pánico que a este toro lo
podemos torear ¡Hala! al mal paso darle prisa- Y diciendo esto don Juan arrancó
el motor y enfiló rumbo a tierra, los muchachos se quedaron mirándose entre sí
angustiados, no creían a raíz de todo lo acontecido en la destreza de su
capitán; Nereo en voz baja alcanzó a decirles a los demás –Y también perdió en
lo del pronóstico, en la madre, a ver cómo nos va ahora- Manuel completó el
comentario para liberar la tensión diciendo- Así es, estamos en las manos
expertas de nuestro capitán “Puto, Puto, Pito Vale” el único con doble título
ganado a pulso; que Dios nos agarre confesados- ¡Amén! Dijo Juanillo y rieron
los tres bajito y nerviosamente- Don Juan que solo alcanzó a escuchar el amén
interpretó mal y los interrumpió enérgicamente- ¡Déjense de rezos y pónganse
duchos que estamos a punto de abandonar el bajo y entrar a mar abierto! Agarren
dos de ustedes un remo cada uno, por si hace falta apoyar al motor para
enderezar la lancha, no nos vaya agarrar una ola de lado, y el otro que coja la
cubeta para ir sacando el agua que vaya entrando- Los muchachos no habían
pensado en rezar pero después de escuchar las ordenes serias acabadas de emitir
por el capitán, con voz entrecortada de la preocupación, encendió la angustia y
el miedo dentro de ellos, miedo a enfrentar una situación real, no se trataba
de la fantasía de un programa de televisión o de una película, ellos estaban a
punto de enfrentarse a la temible furia del mar, ellos tres imberbes chavales,
con una pequeña y frágil lancha de pescadores, un motor de apenas tres caballos
de fuerza y un capitán inexperto en estas lidias, por lo que al percatarse de
la peligrosa situación, comenzaron a rezar los tres en silencio, como después
se lo confesarían con el tiempo ellos mismos.
Acatando las indicaciones del asustado capitán,
tomaron Manuel y Nereo un remo cada uno,
dejándole la tarea de la cubeta a Juanillo quien era el más pequeño. Para colmo
de males la isla está ubicada en dirección al sureste del pueblo de donde
habían partido, por lo que ellos tendrían que navegar para regresar al punto de
partida, en contra del viento del norte y con las olas embistiéndolos de lado o
de frente, tarea que al salir del bajo y darse cuenta de que el mar estaba
sumamente picado, por el fuerte viento que ya soplaba, se veía iba a ser muy
peligrosa, por lo que Manuel le insistió a don Juan que quizás sí, lo mejor
sería refugiarse en la isla, a lo que este hizo oído sordos y con el rostro
pálido y la mirada fija continuó alejándose de la isla.
La lancha era embestida furiosa y constantemente por
las olas, olas que al llegar al canal, que es la zona del mar más honda entre la
isla y la costa, aumentaron enormemente de tamaño, la pequeña embarcación
parecía por momentos ser devorada por el mar al quedar en la parte baja entre
dos olas, pero al subir a la cresta volaba o mejor dicho salía volando y al
caer se azotaba fuertemente sobre la superficie; todos se habían sumido en un
gran silencio, de miedo y angustia, pero todos hacían su mejor esfuerzo por
mantener la embarcación a flote; don Juan sumamente concentrado giraba el manubrio
del motor tratando de dirigir la lancha para enfrentar las olas de frente,
evitando que los tomara de lado, pues aparte de correr el riesgo de voltear la
embarcación con cada ola que los chocaba de costado, estas cada vez que los
embestían de lado, metían una gran cantidad de agua al interior; sin embargo,
por la débil potencia del motor, y aún con la ayuda de los remeros, no siempre
se podía evitar que esto sucediera, por lo que llegó el momento en que Nereo
abandonó uno de los remos y tomó otra cubeta para ayudar a Juanillo a sacar la
que ya había entrado, al grado que sus pies estaban prácticamente bajo agua.
Fue entonces que Juanillo rompió el silencio muy espantado, volteó buscando la
mirada de su padre gritando con gran
angustia ¡Padre que se va a partir en dos, nos vamos a hundir! Pero pudo darse
cuenta al verle el rostro, que aquel hombre seguro y sonriente que hacía un par
de horas gritaba con entusiasmo ¡A la aventura! Ya no se encontraba en el bote,
en su lugar estaba un hombre con los labios apretados tan intensamente que
parecían estar sellados con “cola loca”; con un semblante tan pálido como si
estuviese maquillado de espuma blanca, con toda la ropa mojada, el rostro y el
cabello empapados escurriendo agua como si acabará de salir de un baño con
regadera a presión. Juanillo al no obtener respuesta, giró nuevamente la cabeza
y volvió a sumergirse en el silencio que se encontraban todos, y a continuar
con la extenuante labor de sacar, a la velocidad que le permitían sus fuerzas,
mermadas poco a poco de cansancio, cubeta tras cubeta de agua.
La desesperación comenzó a acentuarse, las luces del pueblo de
arribo, Antón Lizardo, alcanzaban a
verse a lo lejos, pero en vez de verlas cada vez más cerca, percibían lo
contrario, las fuerte marejada y el oleaje los hacía alegarse cada vez más de
ellas, como si en vez de acercarse a tierra se alejaran cada vez más mar
adentro. Sin embargo, esta era una falsa percepción, ya que en realidad aunque
si se alejaban cada vez más del pueblo y sus luces; de tierra estaban cada vez
más cerca, el viento del norte los fue empujando hacia el sur, hasta que por
fin lograron visualizar la oscura playa, pero esto a dos kilómetros más al sur
del pueblo, se acercaron lo más posible a la orilla y ya que se sentían seguros
por estar tan cerca de tierra, emprendieron el último esfuerzo y se fueron
bordeando por toda la orilla, en contra del viento y del fuerte oleaje,
acercándose al pueblo poco a poco, continuando la ardua tarea de enderezar la
dirección de la lancha y sacando cubetas y más cubetas de agua del interior,
hasta lograr remontar esos dos kilómetros de desvió, después de media hora más
de lucha.
Al por fin tocar tierra y encallar la lancha en la arena
de la playa, bajaron lentamente los muchachos uno a uno, y una vez alejados de
las olas, se dejaron caer boca arriba muertos de cansancio sobre la arena. El
único que permaneció sentado en el bote por varios minutos más agachado con la cabeza sobre las piernas fue don Juan,
quien desfogaba así toda la tensión por la angustia sufrida; Manuel fue quien
todavía tuvo las fuerzas para sacar el ancla y atorarla, amarrando a su vez la
cuerda en un pesado tronco que se encontraba varado cerca en la playa, y así
asegurar que no fuese a quedar a la deriva. Don Juan por fin salió de su trance
y comenzó a querer quitar el motor, pero no contaba ya con fuerzas; justo en ese momento, Tobías junto con varios
pescadores, se acercaron presurosos, ayudaron a don Juan a bajar del bote y
quitar el motor, aseguraron bien el bote, bajaron todas las cosas, los ayudaron
a llevarlas a su auto, el viento del norte arreció aún más, al poco tiempo
alcanzó a tener ráfagas hasta de 100 kilómetros por hora, de haber demorado
media hora más dentro del mar no lo hubiesen contado.
Sin embargo, una vez en el camino a casa dentro del
auto, el silencio que aún había durado un buen trecho de carretera, se rompió
cuando a don Juan Udaquiola le regresó la voz diciendo: El capitán “Puto, Puto,
Pito Vale” ¡Se lo cargó la madre que lo parió! ¡La cagó! Y no volverá en su
vida a embarcarse hasta no haber escuchado el pronóstico del ¡Hijo de puta del
mensorólogo ese! ¡O dejo de llamarme Puto, Puto, Pito Vale! Y echo a reír a
carcajadas contagiando la risa a todos, que no pararon de reír durante todo el
trayecto de regreso a sus casas.
Jamás olvidarían ese día, jamás volvieron a embarcarse
juntos para ir de pesca, aunque todos ellos continuaron cada quien por su lado
con esta afición y lo que es seguro es que jamás ninguno de ellos volvió a
lanzar el grito de ¡A la aventura! al embarcarse, ni hacerlo sin previamente
escuchar el pronóstico del tiempo para la región.